Después de una década de vivir en Alemania volví al Cusco con amigos y nuevos parientes alemanes. Me quedé asombrado de la voluptuosidad de los colores de la naturaleza circundante, del cielo azul intenso. En la juventud ya había visitado el Cusco algunas veces y no recuerdo que entonces ello me hubiera llamado la atención.
En Arequipa, de donde vengo, la infancia al mediodía transcurría al son del cucharón de madera de mi abuela auscultando las profundidades de su suculento puchero de peras en olla de barro y a leña, que llevaba carne de cerdo, de gallina y de res, papas, camotes, yuca, choclos, repollo, duraznos, cecina, chuño, y cuya fragancia magnética nos transportaba del bullicio de los patios del colegio alemán a la paz del comedor familiar.